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No hay nadie más ignorante e inútil que aquel, que de rodillas y con los ojos cerrados busca una respuesta.


PARA SU INFORMACIÓN: Los ateos no creemos en ninguno de los 2.700 dioses que ha inventado la humanidad, ni tampoco en el diablo, karma, aura, espíritus, alma, fantasmas, apariciones, Espíritu Santo, infierno, cielo, purgatorio, la virgen María, unicornios, duendes, hadas, brujas, vudú, horóscopos, cartomancia, quiromancia, numerología, ni ninguna otra absurdez inventada por ignorantes supersticiosos que no tenga sustento lógico, demostrable, científico ni coherente.

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16 de diciembre de 2016

Parece que no hemos avanzado nada desde el ya lejano siglo XVI



Una de las grandes sorpresas con respecto a la religión es que aunque pasen los años, los siglos o incluso los milenios miles de millones de piadosos ignorantes siguen utilizando los mismos gastados y erróneos argumentos, a pesar de que haya sido desacreditados hace décadas o incluso siglos.

Así, a día de hoy y en el más que avanzado y tecnológico siglo XXI (en donde todo el conocimiento humano está a tan sólo un par de clics de ratón y dos o tres entradas de la Wikipedia) millones de personas del mundo civilizado, que disponen de internet y hasta de iPhone 7, siguen usando los viejos, gastados y erróneos testimonios repetidos una y mil veces por los más ignorantes y crédulos humanos del Medievo o incluso de la Edad del Bronce.

Así, uno de los principales argumentos en defensa de la existencia del dios (o mejor dicho de la alucinación particular) de cada creyente es ese de 

“pero si en el accidente aéreo, terremoto, tsunami, erupción volcánica o cualquier otro desastre natural o artificial de los que asolan con recurrente cotidianeidad a la especie humana la divina providencia ha salvado a una, tres o varias docenas de personas, ¿cómo puedes dudar de la benevolencia divina?”

Y para desenmascarar (o más bien demoler) este tan simple como ignorante “argumento” no hace falta recurrir a la Mecánica Cuántica o a la neurociencia más avanzada, simplemente se puede recordar el ya que más que lejano siglo XVI, en donde el más que racional y célebre Francis Bacon escribió en uno de su muy interesantes libros la historia de un hombre que fue llevado a una iglesia, lugar en donde se exponía un cuadro que representaba a unos marínenos, que según la tradición, se habían salvado de un infausto naufragio tras haber hecho votos sagrados ante la deidad de turno. Los piadosos proselitistas religiosos le preguntaron al hombre si aquello no era la prueba evidente del poder del dios en cuestión y, casualidades de la vida, el protagonista de esta historia que debía ser un racionalista (y ateo para más inri) de tomo y lomo contestó lacónicamente:

“¿Dónde están pintados aquellos que se ahogaron después de los votos?”

Porque si algo ha contribuido como ninguna otra cosa al casi inimaginable poder de la ciencia no es el de encontrar correlaciones, sino el de tener en cuenta y ponderar los casos negativos además de los positivos.

P.D. 

La anécdota de Bacon ha sido extraída del más que interesante libro de Steven Pinker “Los ángeles que llevamos dentro”. 





1 comentario:

  1. “el milagro no es dar vida a un cuerpo extinto, o luz a un ciego, o elocuencia a un mudo… Ni mudar agua pura por vino tinto… ¡Milagro es creer en todo eso!” Mario Quintana

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