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12 de agosto de 2016

El hambre en el mundo como paradigma del neoliberalismo



El siempre polifacético argentino Martín Caparrós ha escrito el interesante libro “El Hambre”, ensayo en donde describe la actual situación alimentaria en el mundo y en donde desvela que este hambre, lejos de ser un problema debido a malas cosechas o a desastres naturales es una consecuencia intrínseca y casi inevitable del actual sistema neoliberal globalizado, que aunque produce comida para alimentar a 12.000 millones de personas, sin embargo luego mantiene a más de mil millones de seres humanos en la más injusta y permanente hambruna.

Les dejo con unos más que significativos párrafos extraídos del mencionado ensayo:


En 2012, los países ricos pagaron 275.000 millones de dólares de subsidios varios a sus productores agrarios: incentivos a las exportaciones o tarifas proteccionistas para las importaciones, compra de sus productos, incentivos a los agrocombustibles o transferencias directas de dinero. En la mayoría de esos países la agricultura es una actividad garantizada: si un productor no consigue el rendimiento considerado normal (por sequías, pestes o lo que sea), el gobierno le compensa lo que no ganó.
En esos países, donde el peso de la agricultura en el producto bruto es muy menor, los subsidios son decisivos: en Suiza, por ejemplo, representan el 68 por ciento de todos los ingresos de los productores agrarios. En Japón, más del 50 por ciento, en la Unión Europea, alrededor del 30; en los Estados Unidos, cerca del 20 y, en todos esos países, son los grandes productores los que se llevan las grandes cantidades. El Estado, una vez más, subvenciona a los ricos. 

En muchos países pobres que malviven de su agricultura, los Estados no intervienen casi. O, a menudo, intervienen al revés: bajan los precios de venta de los alimentos para que su población urbana pueda consumirlos, pero sus campesinos pierden. 

La globalización amplió las diferencias sociales a la escala del mundo. Hace un par de siglos, en Kenya o Camboya o Perú se cultivaba lo que se podía, los más ricos se comían buena parte, exportaban en barcos lentos y pequeños algunas cosas, y el resto (que no podían exportar ni consumir, porque ni eran tantos ni los transportes eran eficaces) quedaba para los más pobres. 

Ahora que casi todo puede ser exportado fácil y rápido, los más pobres de cada lugar no reciben esos excedentes: la cantidad de consumidores potenciales se multiplica por la de los habitantes del mundo, y hace que esa posibilidad de colocar los productos entre quienes pueden pagarlos allá lejos dejen sin nada a los que no pueden pagarlos aquí mismo. Dicho de otro modo: que ahora no tienen que competir por la comida con unos miles de personas más ricas que ellos, sino con dos o tres mil millones. 

Los subsidios no solo actúan sobre sus propias economías: permiten que los productores de los países ricos vendan baratísimo (porque, de todos modos, su Estado ya les dio el dinero suficiente) y, entonces, rompen los mercados. El ejemplo clásico es el del algodón, muy estudiado. Si los Estados Unidos no subsidiaran a sus productores de algodón dice Oxfam, sus precios internacionales subirían entre el 10 y el 14 por ciento y entonces los ingresos de cada hogar en ocho países del Oeste africano, pobres y algodoneros, subirían un 6 por ciento. No parece mucho, pero a menudo hace la diferencia entre comer y no comer. 

Y hay más cifras viejas pero buenas para entender el mecanismo. En 2001 los 34 miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (los países más ricos) entregaron unos 52.000 millones de dólares en ayudas a los países más pobres. Ese mismo año, entregaron a sus productores agrarios subsidios por 311.000 millones, seis veces más. Un informe de las Naciones Unidas dice que, por efecto de esos subsidios, los países más pobres perdieron unos 50.000 millones en exportaciones fallidas. Es fácil dar con una mano lo que te saco con la otra. Roger Thurow, en Enough, cuenta que un oficial de cooperación americano en Bamako le dijo que sí, que sería mejor que gastaran su dinero en ayudar a recuperar la producción de algodón en Mali, tan golpeada por los subsidios, pero que no podían por culpa de Bumpers. «Dale Bumpers fue un senador por Arkansas que introdujo una enmienda en 1986 estipulando que no se podían usar fondos de ayuda internacional para pagar “ningún examen o análisis, estudio de factibilidad, mejoras o introducción de variedades, consultorías, publicaciones o entrenamientos en conexión con el cultivo o producción en un país extranjero para exportación si esa exportación compite en los mercados mundiales con un producto similar cultivado o producido en los Estados Unidos”». La claridad estrepitosa: te ayudo mientras me dejes el negocio. 

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