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16 de diciembre de 2014

La teología o cómo dedicar toda una vida a las más absurdas insensateces



Quizás no haya pérdida de tiempo más absurda que la teología, miles y miles de eminentes cabezas pensantes estudiando el sexo de los ángeles o cuantos de ellos caben en una cabeza de alfiler. Y lo increible del caso es que pasan los siglos y los milenios y los sotanados del mundo siguen enquistados en absurdas disquisiciones bizantinas sobre las invenciones más locamente desconectadas de la realidad. Pues bien, nuestro actual papa católico, con su particular visión de anciano senil que cree que habla con una paloma extraterrestre, sigue anclado a esta alucinada tradición de “pensar” y discutir sobre este tipo de dementes razonamientos.

Hace unas semanas, y por lo que se ve tras sesudas disquisiones teológicas y profundas discusiones con ese espíritu aviar aficionado a desflorar vírgenes judías con el que mantiene comunicación directa, la máxima cabeza pensante del catolicismo nos ha sorprendido con una afirmación teológica de altura, de esas que dejan helado hasta al miembro menos inteligente de nuestra especie porque no se sabe si el papa está de broma o si directamente ha perdido la razón atacado por la demencia senil más agresiva.

El asunto es que Francisco ha declarado que el cielo no sólo es para nosotros los humanos (el ojito derecho de dios y si nos atenemos a los libros sagrados el culmen de la creación) sino que en ese aburrido lugar en donde los angelitos dan la murga con sus liras por toda la eternidad y de sexo, nada de nada, también tienen cabida las mascotas. Imagino que para que esa eterna estancia no resulte del todo insoportable para los católicos, porque como ya he comentado los placeres y distracciones brillan por su ausencia en un lugar en donde no pasa nada y únicamente se puede observar arrobada y abobadamente la magnificencia de ese Jehová, que en cuanto le llevas un poco la contraria te extermina a toda la familia, ganado incluido y arrasa tu pueblo como forniques por no donde no debes.

Ahora bien, a mí me surge una duda teológica de alto calado. ¿irán todas las mascotas al cielo o sólo aquellas que se hayan portado bien? Porque si tu perro se ha comido al gato del vecino o fornica desaforadamente con cualquier perra con la que se cruza por su camino, muy católicos no parecen estos animalitos. O bien, los gatos que se orinan en el sofá o arañan las cortinas del salón ¿deben ser castigados con toda una eternidad de sufrimiento en el infierno?¿deben acudir a misa las mascotas, como cualquier otro cristiano, para poder recibir la dicha de la vida eterna?¿hay una forma canónica de ladrar o maullar el padrenuestro adecuada para las mascotas?¿los peces de colores de nuestro acuario van también al cielo con pecera incluída o allí flotarán libre y espiritualmente junto con los humanos?

Y no se crean porque el problema teológico es de mayor calado porque el cielo no sólo está abierto a las mascotas sino a ¡todos los animales!. ¿Puede el león, ese mismo que se ha comido a cientos de inocentes gacelas ir al cielo?, porque ya sabemos que las malvadas serpientes lo tienen pero que muy crudo para redimirse de la taimada tetra de la manzana. ¿Las chinches y cucarachas disfrutarán de la vida eterna?

Como ven, con esta demente declaración se abren infinitas posibilidades que a buen seguro mantendrá ocupados a cientos cuando no a miles de teólogos, que por supuesto deberemos seguir manteniendo parasitariamente a cargo del erario público durante las próximas décadas cuando no siglos hasta que llegen a un cristiano consenso.

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